

Un ineficiente y mal diseñado
alumbrado exterior, la utilización de proyectores y cañones láser, la
inexistente regulación del horario de apagado de iluminaciones publicitarias,
monumentales u ornamentales, etc., generan este problema cada vez más
extendido.
La contaminación lumínica tiene
como manifestación más evidente el aumento del brillo del cielo nocturno, por
reflexión y difusión de la luz artificial en los gases y en las partículas del
aire, de forma que se altera su calidad y condiciones naturales hasta el punto
de hacer desaparecer estrellas y demás objetos celestes.

Sobre este grave problema, hasta
el momento, existe escasa conciencia social, pese a que genera numerosas y
perjudiciales consecuencias como son el aumento del gasto energético y económico,
la intrusión lumínica, la inseguridad vial, el dificultar el tráfico aéreo y
marítimo, el daño a los ecosistemas nocturnos y la degradación del cielo
nocturno, patrimonio natural y cultural, con la consiguiente pérdida de
percepción del Universo y los problemas causados a los observatorios
astronómicas.
En este mapa se refleja la densidad de luz en España, marcando en rojo las zonas más contaminadas y en negro las que apenan emiten luz.
La Tierra contaminada
Estos perjuicios no se limitan al
entorno del lugar donde se produce la contaminación -poblaciones, polígonos
industriales, áreas comerciales, carreteras, etc.-, sino que la luz se difunde
por la atmósfera y su efecto se deja sentir hasta centenares de kilómetros
desde su origen.
La iluminación artificial resalta
las regiones más desarrolladas y pobladas de la superficie terrestre,
incluyendo los litorales de Europa, la costa este de los Estados Unidos y Japón
. Muchas grandes ciudades se encuentran cerca de ríos o del océano, para así
favorecer la exportación e importación barata de bienes. Las áreas
especialmente oscuras incluyen el centro de América del Sur, África, Asia y Australia.
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