El lanzamiento al mar de plásticos y otros desechos sintéticos sale a flote como un problema ambiental de escala mundial.
Cada
año se vierten más de 6 millones de toneladas de basura a mares y
océanos. El 80% de estos residuos procede de tierra firme y, en el caso
del Mediterráneo, el 75% se arroja en verano. Combustibles, botellas,
pañales, pilas, colillas... envenenan ecosistemas enteros, plagados ya
de microplásticos que se cuelan en la cadena alimentaria de la fauna y
la flora marinas, pudiendo llegar incluso a nuestra mesa. Organizaciones ecologistas y ciudadanos concienciados dan la voz de alarma.
Los mares y océanos se han convertido en la alfombra de la Tierra, bajo
la cual se han barrido durante años los desperdicios, escondiéndolos así
de las miradas críticas. “Tradicionalmente, el mar ha sido considerado como un gran medio de dilución, cuyo enorme volumen actuaba como
un saco infinito que asimilaba todo lo que recibía, sin que se
percibiese un efecto negativo en la calidad de sus aguas ni afecciones
en su flora y fauna”, explica el biólogo Óscar
Esparza, coordinador de Áreas Marinas Protegidas en WWF España. Sin
embargo, en algunos casos, las corrientes oceánicas crean un efecto
circular, como el de un desagüe, que ha ido acumulando esa basura flotante en alta mar, lejos del ojo humano pero con efectos devastadores.
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